Lupita Rodríguez Martínez
Monterrey.- En el Centenario del Natalicio de Judith Reyes Hernández (1924-1988), nos unimos al homenaje nacional a “la madre de la canción de protesta”, porque con su canto revolucionario, lleno de vida y libertad, acompañó las luchas campesinas, estudiantiles y urbano-populares.
A Judith la llamaban la ‘Tamaulipeca’, por haber nacido en Ciudad Madero, Tamaulipas, aunque desde pequeña su familia se había mudado a Tampico, donde la gente del pueblo le decía “Yuditas”, por su nombre y por su espíritu juguetón, pero de carácter libre y rebelde.
Su padre fue quien le regaló lo que sería su mayor tesoro: “una guitarra sexta doble con las cuerdas oxidadas”, según el músico Arturo Silva, y desde los 12 años la música y el canto fueron su forma de expresión. Al cumplir 18 se iría a la Ciudad de México, donde formó el Dueto Alarcón, junto a Eduardo Alarcón, su primer esposo, con quien alcanzó el estrellato con sus composiciones, algunas interpretadas por Jorge Negrete.
A Judith la llamaban también “La paloma rebelde”, porque desde la trinchera musical se sumó a los movimientos sociales en la década de los sesenta y setenta, al grabar sus canciones de denuncia contra la represión policiaca y las desigualdades sociales en México y América Latina.
Además fue periodista autodidacta, así como una combativa, solidaria y congruente militante comunista, ya que como cantante fue una verdadera rescatadora de nuestras tradiciones musicales regionales y como compositora fue una auténtica revolucionaria al convertir los trágicos sucesos de 1968 y de 1971 en vigorosas luchas populares, mediante una crónica musical cantada por ella misma y tocando las cuerdas de su entrañable guitarra.
A pesar del éxito musical a través de la radio y del reconocimiento nacional, adoptó a la música como una forma de manifestación y recurrió al corrido mexicano tradicional para darle voz a los campesinos, cantar las luchas sociales y describir las huellas de la pobreza y del hambre (que ella misma vivió de niña). Por convicción decidió luchar usando como arma su voz, sus canciones y su guitarra, al darles un sentido liberador de protesta.
A partir 1968 fue parte del grupo de músicos censurados. Pese a la vigilancia policíaca-militar iba a tocar a marchas y plantones con su hijo Josué en brazos. En sus memorias, Judith recuerda que en octubre fue internada en un hospital por problemas de salud, donde escribió en versos una crónica del movimiento estudiantil, reconstruyendo la historia a través de lo que leía en los periódicos y escuchaba de testigos sobre la matanza estudiantil.
Debido al impacto popular de su arte revolucionario, enfrentó una fuerte persecución política: fue amenazada, secuestrada y encarcelada (en julio de 1969) por el Estado Mayor Presidencial de Gustavo Díaz Ordaz, para que dejara la canción de protesta. Pero Judith nunca dejaría que la silenciaran.
Logró ser liberada gracias a la demanda popular y decidió exiliarse en Europa. Hasta 1974 consiguió grabar su disco “Crónica del movimiento estudiantil de 1968”, el cual constituye una memoria histórica. También grabó discos en Francia, en Italia y su acervo llegaría a más de 300 canciones.
Su historia musical es la más original forma de expresión social, cultural e histórica. Gracias a ella, la música sirvió como legado de lucha contra la atroz censura del gobierno autoritario y antidemocrático.
El canto de Judith Reyes plasmó sentimientos, emociones y opiniones de una profundidad histórica, que junto con su labor periodística en Durango y Chihuahua la vincularon con los movimientos campesinos en el norte de México y con la lucha social de Álvaro Ríos, Arturo Gámiz y los hermanos Gaytán, previa al asalto del Cuartel de Madera (23 de septiembre de 1965).
Judith reconoció su propia historia en la vida tan difícil de las mujeres rurales y sus familias, e imprimió un estilo por la manera de presentarse en sus recitales, pues siempre, antes de sus cantos, daba un contexto o una especie de breve clase de historia, para contextualizar sus canciones.
Así la recordamos hace más de 51 años, como si ayer fuera. Un 27 de marzo de 1973, por la noche, ofreció un recital de canto revolucionario en la Escuela Raúl Ramos Zavala. En un ambiente de fiesta popular se preparaban los invasores, que horas después, ya por la madrugada, marcharían entre las laderas del Cerro del Topo Chico tras el bravío canto de Judith Reyes y su guitarra, para desalambrar e invadir lo que hoy es la Colonia Tierra y Libertad.